jueves, 14 de octubre de 2010

La filosofía como experiencia intelectual

La filosofía como experiencia intelectual
Edison Otero
Es habitual que las personas opinen acerca de una variedad de asuntos y que tales opiniones sean expresadas con la convicción de estar formulando verdades. Se manifiestan con énfasis, con adjetivos calificativos, con fuerza, categóricamente. Esta manifestación tan asertiva hace suponer que las personas han de tener buenas razones para pronunciarse con el convencimiento del que hacen gala.
Sin embargo, se sabe desde tiempos inmemoriales que la pasión que se pone en sostener la verdad de una proposición no agrega nada a la proposición misma. Es un hecho psicológico que no tiene implicaciones epistemológicas. Si una proposición ha de ser verdadera debe serlo por razones que no tienen que ver con la mayor o menor convicción con que se las formula.
Estas cuestiones han sido ampliamente debatidas a través del tiempo en todas las disciplinas y particularmente en la filosofía. Es, en síntesis, el problema del conocimiento. Cualquiera sea el planteamiento que eventualmente se prefiera, es una cuestión admitida de modo general el que una proposición verdadera no tiene como fundamento de su verdad el hecho de que un sujeto particular la formule. El hecho de que un sujeto particular formule una proposición eventualmente verdadera no tiene que ver con que esa proposición sea verdadera. Si lo es, es por alguna razón diferente.
Ahora bien, se nos impone la necesidad de preguntarnos qué es lo que descarta al sujeto particular como garantía de verdad de las opiniones que formula.
A mi juicio, la gran moraleja de la alegoría de los ciegos y el elefante... es que no hay modo que alguien en particular –ni usted, ni yo, ni nadie– pueda verlo todo, ponerse en todas las perspectivas posibles, manejar todos los antecedentes o protagonizar todas las experiencias posibles. En consecuencia, estamos fatalmente condenados a hablar siempre desde una cierta situación, diferente de otras, y siempre parcial. No hay modo que un sujeto en particular pueda tener experiencias universales...
No habría modo, pues, de superar o evitar el carácter situacional de todas las ideas. Han sido formuladas en una época determinada, a la altura de un cierto desarrollo del saber, desde una cierta especialidad, y como respuestas a inquietudes específicas. No puede pretenderse que su validez –en el caso de tenerla– pueda ir mucho más allá de sus propias condiciones. Lo cual no nos obliga a la conclusión de que, por parciales y situadas, deban ser falsas. En rigor, y esto parece ser decisivo, cada una representa un esfuerzo de aproximación a la comprensión de los fenómenos. Pero hay más. En la metáfora de los ciegos y el elefante, no se está sugiriendo que cada opinión sea falsa. Se está demostrando que toda idea es parcial y tiene un sesgo pues atrapa sólo una parte de la verdad. No es falso que el elefante se sienta duro al tacto, sobre todo si lo que se toca son los colmillos. Sólo que eso no describe ni explica al elefante completo. Se trata, pues, de una opinión incompleta, que se alimenta de datos parciales. Si podemos decir esto de todas las opiniones, entonces eso no significa que debamos desecharlas todas sino, más bien, que las consideremos todas en lo que tienen de aproximación a la verdad. El error básico consistiría en creer que cada una de esas opiniones es verdadera y todas las demás son falsas.

Edison Otero, Módulo de Filosofía, Grupos Profesionales de Trabajo, Programa MECE, Mineduc, Santiago 1997.



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