jueves, 14 de octubre de 2010

Ética social

Ética social


La ética se presenta como una disciplina que enseña cuál debe ser el comportamiento correcto del ser humano. Se preocupa de los actos morales, sus fundamentos y la manera como se vinculan en la determinación de la conducta de las personas. En el aspecto social, su preocupación se vincula al desarrollo de la sociedad, buscando y velando para que se cumplan las premisas de un comportamiento correcto de dicha sociedad en la concreción de realidades sociales justas que entreguen bienestar a la humanidad.

Por tales razones, es imperativo para el bienestar humano global maximizar el “disfrute” en el consumo de satisfactores de todos los componentes económicos y no económicos del bienestar.

Es posible que el bienestar solamente económico se logre con sacrificios. Vale decir, a costa de otros componentes del bienestar global que son importantes para la realización de la persona en historia y sociedad. Lo “gris” de ciertas experiencias colectivas puede ser un costo no-económico indeseable para la sociedad que debe soportarlas; lo mismo puede decirse de la agitación o la contaminación de la vida urbana. Y por el contrario, un vecindario simpático, o la pureza del aire, o la tranquilidad natural del entorno, pueden hacer tolerable un nivel de vida cuyos componentes estrictamente económicos no serían tolerables en otros entornos nuevos apetecibles.

Con estricto criterio analítico, hay que incluir entre los satisfactores de la necesidad de realización de la persona, la más amplia variedad posible de componentes de bienestar global: bienestar sicológico, bienestar social, bienestar político y bienestar cultural de la persona. Y, para ello, vale lo que para el bienestar económico: no se trata sólo de maximizar su consumo, sino también de maximizar su disfrute en la forma de “consumirlos”.

¿Qué quiere decir esto? Significa que a igual grado, por ejemplo, de institucionalidad democrática, será, mayor el bienestar de quienes, “la disfruten” y que sean más conscientes de su ubicación o participación en ella.

En éste como en muchos otros aspectos, es imposible una estricta formulación econométrica, que otorgue el adecuado coeficiente a cada una de las variables; pero sí se pueden establecer rangos, mínimos o máximos, más allá de los cuales la situación se haría intolerable.

Por ejemplo, ¿es tolerable un régimen autoritario que “restablezca el orden” en un país en que los poderes legislativo, judicial, la seguridad ciudadana y la economía están desquiciados? La respuesta obliga a un discernimiento que puede implicar la respuesta a las siguientes preguntas.
A   Ese “orden” ¿es el orden deseado por la ciudadanía?
B  ¿Cuán eficaz es un régimen autoritario en la obtención del “orden” en cuyo nombre se instaura?

Los ejemplos e interrogantes anteriores tienen que ver con el impacto de un cambio, preponderadamente político, sobre el bienestar neto global de la sociedad a la larga y en su conjunto. Pero análisis similares podrían aplicarse a cambios que sean preponderantes de otro orden. Un cambio sico-social (por ejemplo un “destape”) o cultural (por ejemplo crisis de valores) o sociológico (por ejemplo “libertinaje” de los medios de comunicación de masas) o económicos (por ejemplo severidad en la fiscalización de “impuestos internos”), puede generar repercusiones directas o indirectas en su campo propio o ajeno.

Un discernimiento basado en las respuestas a las preguntas adecuadas, similares para cambios políticos, pasa a ser un imperativo ético que trasciende al orden meramente económico, pero que es indispensable para la obtención de un bienestar humano global.

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