viernes, 20 de agosto de 2010

ultima guia de filosofia 4º medio

Filosofía y Psicología 4º año medio


Unidad: Ética y Moral



Immanuel Kant. Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785).



Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad. El entendimiento, el gracejo, el juicio, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; el valor, la decisión, la perseverancia en los propósitos, como cualidades del temperamento, son, sin duda, en muchos respectos, buenos y deseables; pero también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si la voluntad que ha de hacer uso de estos dones de la naturaleza, y cuya peculiar constitución se llama por eso carácter, no es buena. Lo mismo sucede con los dones de la fortuna. El poder, la riqueza, la honra, la salud misma y la completa satisfacción y el contento del propio estado, bajo el nombre de felicidad, dan valor, y tras él, a veces arrogancia, si no existe una buena voluntad que rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa felicidad y con él el principio de toda la acción; sin contar con que un espectador razonable e imparcial, al contemplar las ininterrumpidas bienandanzas de un ser que no ostenta el menor rasgo de una voluntad pura y buena, no podrá nunca tener satisfacción. Y así parece constituir la buena voluntad la indispensable condición que nos hace dignos de ser felices.

Algunas cualidades son incluso favorables a esa buena voluntad y pueden facilitar mucho su obra; pero, sin embargo, no tienen un valor interno absoluto, sino que siempre presuponen una buena voluntad que restringe la alta apreciación que solemos -con razón, por lo demás- tributarles y no nos permite considerarlas como absolutamente buenas. La mesura en las afecciones y pasiones, el dominio de sí mismo, la reflexión sobria, no son buenas solamente en muchos respectos, sino que hasta parecen constituir una parte del valor interior de la persona: sin embargo, están muy lejos de poder ser definidas como buenas sin restricción, aunque los antiguos las hayan apreciado así en absoluto. Pues sin los principios de una buena voluntad pueden llegar a ser harto malas; y la sangre fría de un malvado, no lo hace mucho más peligroso, sino mucho más despreciable inmediatamente a nuestros ojos de lo que sin eso pudiera ser considerado.

La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí misma.

Considerada por sí misma es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. Aún cuando por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad –no desde luego como un mero deseo, sino como el acopio de todos los medios que están en nuestro poder–, sería esa buena voluntad como una joya brillante por sí misma, como algo que en sí mismo posee su pleno valor. La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor.

Immanuel Kant. Fundamentación de la metafísica de las costumbres (Austral, Madrid, 1980).







































John Stuart Mill. Utilitarismo (1865).



De la sanción última del principio de utilidad

Sin embargo, esta base de sentimientos naturales potentes existe, y es ella la que, una vez que el principio de la felicidad general sea reconocido como criterio ético, constituirá la fuerza de la moralidad utilitarista. Esta base firme la constituyen los sentimientos sociales de la humanidad –el deseo de estar unidos con nuestros semejantes, que ya es un poderoso principio de la naturaleza humana y, afortunadamente, uno de los que tienden a robustecerse incluso sin que sea expresamente inculcado dada la influencia del progreso de la civilización. El estado social es a la vez tan natural, tan necesario y tan habitual para el hombre que, con excepción de algunas circunstancias poco comunes, o a causa del esfuerzo de una abstracción voluntaria, puede el ser humano concebirse a sí mismo más que como miembro de un colectivo. Sentimiento de asociación que se refuerza más y más, conforme la humanidad abandona el estado de independencia salvaje […]

Por consiguiente, todos los requisitos que son necesarios para la vida en sociedad se convierten cada vez más en un elemento indispensable de la idea que una persona se forma de la condición en la que nace, y que constituye el destino del ser humano. Ahora bien, las relaciones sociales entre los seres humanos, excluidas las que se dan entre amo y esclavo, son manifiestamente imposibles de acuerdo con ningún otro presupuesto que el de que sean consultados los intereses de todos. La sociedad entre iguales sólo es posible en el entendimiento de que los intereses de todos son considerados por igual […]

De este modo a la gente se le hace imposible concebir que pueda darse una desconsideración total de los intereses de los demás. Sienten la necesidad de concebirse a ellos mismos, por lo menos, evitando las afrentas más groseras y (aunque sólo sea para protección propia) viviendo en un estado de continua denuncia de aquéllas. También están familiarizados con el hecho de cooperar con los demás y proponerse un interés colectivo, en lugar de individual, como fin de sus acciones (al menos, de momento). En la medida en que cooperan, sus fines se identifican con los de los demás. Se produce, al menos, un sentimiento provisional de que los intereses de los demás son sus propios intereses […]

El hombre llega, como por instinto, a ser consciente de sí mismo como un ser que, por supuesto, presta atención a los demás. Llega a resultarle el bien de los demás algo a lo que natural y necesariamente ha de atender, en igual medida que a las necesidades físicas de la existencia. Ahora bien, cualquiera que sea el grado de desarrollo de este sentimiento en una persona, se ve forzada por los más fuertes motivos, tanto el interés personal como la simpatía, a demostrarlo, e intentar con todas sus fuerzas promoverlo en los demás. E incluso si carece de este tipo de sentimiento por su parte, le interesará tanto como a los demás que los otros lo posean. En consecuencia, se aprovechan y cultivan los más leves indicios de este sentimiento mediante el contagio de la simpatía (sympathy) y la influencia de la educación, tejiéndose una red de asociaciones aprobatorias a su alrededor, mediante el uso de la poderosa agencia de las sanciones externas […]

En un estado de progreso del espíritu humano se da un constante incremento de las influencias que tienden a generar en todo individuo un sentimiento de unidad con todo el resto, sentimiento que, cuando es perfecto, hará que nunca se piense en, ni se desee, ninguna condición que beneficie a un individuo particularmente, si en ella no están incluidos los beneficios de los demás.

Aquellas personas en quienes el sentimiento social está en alguna medida desarrollado no pueden consentir en considerar al resto de sus semejantes como rivales suyos en la lucha por los medios para la felicidad, a los que tengan que desear ver derrotados a fin de poder alcanzar los objetivos propios […]

La doctrina utilitarista mantiene que la felicidad es deseable, y además la única cosa deseable, como fin, siendo todas las demás cosas sólo deseables en cuanto medios para tal fin. ¿Qué necesita esta doctrina, qué requisitos precisa cumplir la misma, para hacer que logre su pretensión de ser aceptada?



John Stuart Mill, Utilitarismo (traducción especial para el presente programa de la edición inglesa en la colección Great Books of the Western World, Encyclopaedia Britannica, Chicago, 1951).



















Selección de textos sobre Universalismo, Relativismo y Pluralismo.

SECCIÓN A

Parece ser una constante en la historia de los imperios, que en nombre de un universal, de alguna empresa de emancipación o de salvación, un pueblo se arrogue el derecho de dominar a otros: griegos, romanos, árabes, españoles, anglosajones, rusos [...] se han sucedido en el relevo de esta carrera. Desde antiguo la cultura occidental se ha distinguido en las acciones expansionistas, mostrándose maestra de intolerancias. Los griegos separaron a la humanidad en dos, griegos y bárbaros; los romanos reconocieron solo a quienes admitían la ley romana; los judíos se vieron a sí mismos como elegidos de Dios, y así sucesivamente. Al combinarse la ley sagrada judía con el logos griego, las religiones que se desprendieron de su tronco se tornaron doblemente excluyentes, sumando intolerancia lógica a la intolerancia religiosa y resultando en la intolerancia política, una de las más intolerables.

Marcos García de la Huerta, Reflexiones americanas (1998).



SECCIÓN B

[...] toda política se acompaña de una antropología, al menos implícita. Las teorías que pretenden estudiar la política en forma neutral, prescindiendo de valoraciones, no logran su propósito, simplemente postergan una discusión que hoy se ve como especialmente necesaria [...] ¿cómo podrían interpretarse y aplicarse las declaraciones de derechos contenidas en las constituciones o en los textos internacionales sin mantener una cierta idea del hombre a la luz de la cual tengan sentido?

Otro tanto puede decirse de los intentos de reforma del Estado. La alternativa, entonces, no se da entre un planteamiento técnico, éticamente neutral y supuestamente aceptable por todos en una sociedad pluralista, y otros que están cargados de valoraciones. Más bien se trata de reconocer que las valoraciones son inevitables y que, por tanto, en una sociedad pluralista todos deben fundamentar sus afirmaciones, sin que quepa escudarse en que la propia postura responde a los criterios que da la técnica o constituye el mínimo aceptable a todos los que debaten [...]



Joaquín García-Huidobro. Naturaleza y política (1997).

SECCIÓN C

Así, los distintos límites y oficios de la razón y del gusto son fácilmente determinados. La primera lleva al conocimiento de la verdad y de la falsedad, el último procura el sentimiento de belleza o de fealdad, de vicio o de virtud. Uno descubre a los objetos tal como ellos realmente están en la naturaleza, sin adición o disminución; el otro posee una facultad productiva que, al dorar o manchar todos los objetos naturales con los colores que toma prestado del sentimiento interno, hace surgir, en cierto modo, una nueva creación. Como la razón es fría e indiferente, no es un motivo de la acción, y sólo dirige el impulso recibido del apetito o de la inclinación, mostrándonos los medios de lograr la felicidad y de eludir la miseria. Y el gusto, al dar placer o dolor, y constituir por este medio la felicidad o la miseria, llega a ser un motivo para la acción y es el primer resorte o impulso para el deseo y la volición.

David Hume. Investigación acerca de los principios de la moral (1777).



SECCIÓN D

Si reconozco y acepto que todas las formas de vida son legítimas en su constitución operacional, y si reconozco y acepto que no puedo distinguir en la experiencia entre percepción e ilusión, no puedo negar ninguna forma de vida particular bajo el supuesto que sé cuáles son biológica o trascendentalmente buenas y cuáles son biológica o trascendentalmente malas. Si niego una forma de vida particular, quiero hacerlo responsablemente, esto es, teniendo presente que actúo de acuerdo a mi preferencia, sabiendo que así procedo, y no bajo el supuesto explícito o implícito de que estoy trascendentalmente en lo correcto [...] Los más grandes crímenes y abusos que se han cometido en la historia de la humanidad, y los que cometemos diariamente, han sido y son cometidos en defensa de la “verdad” [...]

El aceptar la legitimidad de la constitución operacional de todas las formas de vida en el dominio biológico no lleva consigo la aceptación de todas las formas de vida como igualmente deseables en el dominio humano de la coexistencia. Una tal aceptación es un acto de preferencia en el dominio de las acciones responsables. La más común justificación del asesinato y la tortura en la historia de la cultura patriarcal occidental, a la cual pertenece una gran parte de la humanidad moderna, es la defensa de la verdad, la defensa de la razón, o la defensa de valores universales trascendentes bajo el supuesto que el defensor está intrínsecamente en lo correcto y que los demás están intrínsecamente equivocados. Mi posición es distinta. Yo no acepto la tortura porque no me gusta [...]

Humberto R. Maturana. “Respuesta a Berman” (1991).

2 comentarios:

  1. alguien hizo este trabajo ?? (analizar moralmente el texto de respuesta a berman y luego saber si es universalismo relativismo o pluralismo)

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  2. alguien hizo este trabajo ? (analizar moralmente el texto respuesta a berman y luego saber si es universalismo relativismo o pluralismo )

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